Hogar


Aún sin esperar nada a cambio, saltamos desde un simple saludo vespertino hasta encontrar el secreto de la felicidad en un tercio de día. Y mira que, para ser un secreto, no estaba ni un poquito escondido ni guardaba nada de misterio para la noche de la puesta en escena en aquel rincón de mi habitación.

Conocerte a esas alturas de mi vida fue igual que reconocerme a mí mismo en las más oscuras profundidades del viejo armario en que tus recuerdos lloran. Y te lo agradezco mucho, pues estaba olvidando un poco lo que era realmente ser yo en invierno; lleno de cicatrices.

Dicen que hay sexo en la risa, y la verdad es que no sabría decir con exactitud en qué momento dejamos las bromas y la ropa en el suelo, pero, a pesar de que al destino no le creo ni una sola palabra, tengo la certeza de que nada pudo haber sucedido de una mejor manera entre nosotros.

Perdóname las heridas que ahora te causo,
ahoga tu nostalgia en agua salada
y envíame tu dolor por correo postal.
Llévame en un viaje intergaláctico hacia tu espacio y déjame engancharte el cuerpo a las luces que me salen de los parpados cada vez que leo que me extrañas.

Sé que vamos por buen camino porque las dudas ya no te lastiman, pero sigo pensando que fue una desgracia que no pudieras quedarte a mi lado una vida más, o quizás dos… o diez, o un millón de eternidades.

Pues ahora que te fuiste volando por tierra al lugar en que los mares se estrellan contra la orillas de los corazones valientes en altamar, me vas a tener que esperar, ya que al final, todos volvemos allá. Por placer, o en contra de nuestra voluntad, pero siempre volvemos.

Prometo que, si tu locura no te ha matado para el día en que le encuentres el lado más suave a los espirales que arden feroces dentro de tu cabeza, voy a remar en tu balsa de regreso a la costa, ayudado por las olas, y te llevaré conmigo al único lugar que jamás fuiste capaz de imaginar:

tu hogar.

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