Ciudad


Esta ciudad me recuerda muchísimo a ti: llena de color, llena de luz; siempre deprisa hacia ninguna parte, pero con los pasos bien firmes apuntando hacia su destino.

Me gusta recorrerla de madrugada, como hacía contigo cuando todavía te quedaba una pizca de esperanza por nosotros, y darme cuenta de que te pareces a ella mucho más de lo que pensaba, pues nunca se detiene por nada y siempre tiene algo nuevo qué contar. Espero que las cosas sigan igual de tu lado, y que la llama de la curiosidad no se haya extinguido a pesar del sueño que te provoca hablar de ello.

Revisa tu maleta de las promesas rotas, y asegúrate de no haber olvidado ninguna de ellas en tu último viaje al pasado; borra tus huellas del camino antes de zarpar, para que me cueste otra vida volverte a encontrar.

Hay más poemas dentro de ti de los que caben en un papel, y a veces olvido que la vida no se escribe; se siente, se ama, se odia, se muere y se vive. Es como conducir a toda velocidad mirando fijamente al retrovisor, con tus fantasmas aturdidos en el asiento trasero, recordándome que el presente siempre es mejor.

Pero no puedo, simplemente no puedo dejar de pensar en ti, ni dejar de pensar en mí, ni en lo que pudo haber sido de nosotros si yo hubiese estado más despierto, y tú menos rota. Y es que en un juego en el que el juez y tu contrincante son exactamente la misma persona, no te queda más remedio que perder. Pues incluso con toda esta piel encima envolviéndome el cuerpo y abrazándome fuerte el alma para que no me vaya, ya no soy capaz de sentir.

Le voy a tener que robar sus zapatos de baile al tiempo, para ver si así soy capaz de seguirle el ritmo al paso de los años que vengo arrastrando por el suelo desde aquel abril en el que te conocí. Y no es que quiera arrancarme las cadenas que me atan al pasado para poder volar alto, pues cuando dije que sentía que flotaba a tu lado, no me refería al cielo, me refería al mar; que es lo más parecido a ti.

Por ahora, sólo me queda esperar a que la lluvia se apiade de mis noches, y venga a tocar a mi ventana con alguna buena noticia que me sirva para alegrar a un corazón tan desgastado como el mío.
Y quisiera que el viento me cuente la historia del poema que se suicidó al tocar tus labios porque sabía que yo te amaba. Y aún sin versos ni velas ni brújulas ni mapas, encontrarte llorando en aquella isla a la que te escapas cuando no quieres saber ni siquiera de ti misma.

Creo que tienes razón, qué caso tiene que la luz se quede encendida en tu habitación cuando nos paseamos por el mundo con los ojos cerrados, mirando hacia adentro, soñando despiertos, gritando en silencio y deseando, como siempre, que nuestros destino estén de alguna manera entrelazados; o quizás nunca habernos equivocado.

Pues, que te marches para siempre de mi vida, no es ningún problema, si esta ciudad se queda aquí.

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