
Si alguna vez la encuentran
de frente y la
miran directo a los ojos,
les advierto
extremen cuidado;
no le causen ningĂșn enojo:
ella no es, para nada,
lo que expresa su mirada.
No importa,
cĂĄlida o helada,
sus venas van ya sin sangre,
y su sonrisa paralizada.
Si alguno llega a verla
vagando por las calles
como despistada,
rogando mĂĄs tierra
al cielo,
deslizĂĄndose por el suelo,
contando de dĂa
las estrellas o
cantando en silencio,
pintando a su paso
las marcas que va dejando
el tiempo,
charlando con el viento,
les pido,
por favor,
les suplico,
no le hablen de mĂ.
Prefiero vivir sufriendo,
amar doliendo,
escribir ardiendo,
cegarme viendo,
volverme yendo,
armar rompiendo,
subir cayendo;
me muero un millĂłn
de veces, mas no la quiero
seguir queriendo.
No existe ya nunca para mĂ,
ni su ira ni su ego;
maldito el dĂa en que volvĂ,
y en que le seguĂ su juego.
Pero no la dejen sola,
aliméntenle el corazón,
les juro, llegarĂĄ la hora
en que les arranque la razĂłn.
Y si mis palabras vuelan
y se pierden por ahĂ,
recuerden una sola cosa:
jamĂĄs, en serio, le hablen de mĂ.
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