Bicolor


Sabía besar con la pasión de los amantes que no tuvieron
ni siquiera la oportunidad de darse la mano al despedirse
para no volverse a ver, y lo supe pronto.

Se reía siempre al final del balcón,
mirando al horizonte, con aquella torre llena de
luces vibrantes que cambiaban de tono toda la noche
al mismo tiempo que pedían paz.

Su cabello elegía su propio color, 
pero no se decidía entre la morada
en la que descansaban los viajeros,
o el verde pasto en el que reposaban las
luciérnagas cuando ya no había nada qué alumbrar.

La conocía apenas, y la extrañaba
como los que extrañan a alguien
que nunca han visto en sus vidas;
sin miedo a perder, porque no tienen nada.

Le encontré en el momento idóneo de nuestra historia.
Yo estaba dispuesto a quedarme hasta el final,
y ella a cantar a solas para mí.

Desde su altura, podía escuchar claramente
el latir de mi soledad cuando acercaba su
oído a mi pecho, y yo la abrazaba fuerte
para que el sonido no se escapara de su cabeza.

Empezar a quererla fue fácil,
aún con todo el miedo que
sugiere la idea de volver a
quererse a uno mismo después
de tanto caer.

Aunque caer ya no suena a golpe
cuando se trata de ella, y sé que las
estaciones pasarán frente a mis
ojos cuando la vea correr.

Si tan sólo la hubiese conocido antes…
Quizás nada de esto tendría sentido, 
y esta historia no hubiera podido ser.

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