Disparo


Un par de ojos oscuros pueden llegar a contar más historias de las que te imaginas; las tuyas me las sé de memoria, y me refugio en el infinito espacio que queda en la distancia que nos separa. Ya casi no me sabe a nada el dolor, la pena, la ida, la vuelta, la vida… Y sigo siendo el mismo que cuando lloraste enfrente de mí, y me separo del tiempo para que tus lágrimas no llenen mi barco. Sigo siendo el mismo que cuando cantaste para mí, y me separo del viento para que tu voz no despierte mi curiosidad. Sigo siendo el mismo que cuando bailaste junto a mí, y me separo dos milímetros del suelo para no sentir tus pasos. Sigo siendo el mismo que no se alejaba de ti por más que lo empujaras al abismo. Y ahora, me separo de ti para no perderme.

Me convierto en esa melodía repetitiva que no puedes olvidar al abrir los ojos por la mañana, y me silbo a mí mismo dentro de tu mente una y otra vez para que quieras arrancarte las ganas de recordarme. Y me llamas, y me amas, y me mandas directo a la cima del mundo caminando de espaldas para no perderte de vista, pero tú y yo sabemos que la niebla siempre termina cubriéndole los ojos a esos alpinistas de almas, que te escalan el corazón con la inocente creencia de que llegar a la cúspide es conquistarte; con la triste creencia de que plantar sus huellas en el punto más alto de tu amor algún día dará flores.

Me doy cuenta de los cadáveres de falsas ilusiones que guardas en las esquinas de tus libros, pero prefieres prenderles fuego que compartirlos conmigo. Y el miedo se siente, entonces, como un disparo de escopeta a quemarropa directo en el corazón. Pero seguimos volviendo por más, hasta que la lluvia ya no aguante las ganas de limpiarnos el pasado, y robarte la dicha, y convencerte del suicidio colectivo que hemos planeado: mis ganas de estar contigo, tus cartas, el último poema que te voy a escribir y yo.

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