Guardó silencio y me vio a los ojos
atentamente, esperando mi respuesta.
Le mostré una lista: cincuenta y tantas
mujeres que me habÃan pasado por la vida;
muchas de sábado por la noche, y unas
cuantas de domingo por la mañana.
Siguió en silencio mirándome fijamente
a los ojos como insatisfecha.
Tomó la lista, y sin siquiera mirarla
la dejó caer en la fogata que
ardÃa frente a nosotros.
—Eres este momento y este lugar —me dijo.
Y asà como esa lista en llamas olvidaba
poco a poco que alguna vez existió,
sus palabras fueron derrumbando,
de a poquito, las paredes que recubrÃan
el núcleo de mi corazón.
Me tomó de la barbilla y justo antes de
empezar a escribirme versos con sus labios,
apagó la fogata y el mundo entero, para que
pudiera apreciar con claridad
el brillo de las luciérnagas
que volaban en sus ojos.
Me separó del espacio para contarme sus
locas teorÃas respecto al amor.
Caminó descalza sobre todos mis prejuicios
y me invitó a tomar café
en mis noches de insomnio,
porque aunque doliera estar despiertos,
estábamos juntos y conscientes
del color del tiempo que
nos consumÃamos a bocanadas.
Y aunque sigue siendo difÃcil
comprender el caos que
vive en su mente, no se me
ocurre un solo lugar en el me haya
sentido más tranquilo que
entre sus brazos.
Sucede que ella es, al mismo tiempo,
el desierto y el mar;
Ãmpetu y decadencia.
Las últimas palabras de un hombre
a su amada en su lecho de muerte.
El palpitar del corazón
de un soñador llegando
al final del mundo para
nunca volver.
La ilusión de encontrar
el amor en un una
esquina cualquiera.
Y es que aún sin haberlo esperado,
el momento ha llegado.
Ahora que estoy a tu lado,
ya no siento el viento helado
que en mi vida se habÃa cruzado
y tenÃa a mi espÃritu asà de agitado.
Espero que tú hayas hallado
eso que siempre has buscado
pero nunca habÃas encontrado
en este mundo tan alborotado.
Quisiera poder haber recitado
palabras más bellas que dejen legado,
pero contigo me siento sedado
y aunque te he dado
todo lo que tengo, sé que no es demasiado.
Si el amor se siente siempre asà de pesado,
no me arrepiento de haberlo cargado
en vez de quedarme parado
en el presente y en el pasado.
Perdón por haberme tardado
en avisarte que siempre he estado
de ti enamorado.
Y si me quedo callado,
cuando preguntas que qué me ha pasado,
es porque no dejo de pensar en lo afortunado
que soy de que me hayas amado.
Antes de irme voy a robarte un último beso
y pretendo salir ileso,
pues luego de eso,
quiero que esperes a mi regreso.
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