Desenlace


Yo, en la práctica, siempre fui pura teoría.
Conocer a Ana en vísperas de encontrarme
murmurando solitario a
medianoche,
no hizo mucha diferencia.
Sin embargo, puedo decir que aprendí
un poco más de la mitad de las cosas
que ignoraba, gracias a ella
(o por su culpa).

Jamás
pude estar a su nivel.

Era del tipo de persona
capaz de ver con los ojos cerrados;
de pasos cortos, pero firmes;
que lejos de sentir con la piel,
sentía con el alma;
de los que antes de entender, comprenden,
y antes de hablar, escuchan;
era del tipo que juraba siempre con
el corazón en las manos y
no sabía de promesas rotas.

Si les contara respecto a la facilidad
con la que llegó a convertirse
en la esquina superior
izquierda de mi universo,
creerían que no estoy
siendo totalmente
sincero,
pues una mujer como ella,
es atípica, inusual,
desconcertante
e infinita;
furia de viento del norte,
resplandor del sol de verano,
ardiente lava volcánica,
brillantes luces de inverno,
viñedos españoles,
o el desconsuelo de las olas a cuarto de luz que
nunca te traen de vuelta a la orilla.

Y no es que sea yo fatalista,
pero es que, de historias,
sólo sé desenlaces.

—Te seré honesta —me dijo suavemente
y me miró de una forma tan real, que
empecé a creer que mi vida
entera había sido sólo una ilusión.
—Yo no quiero nada —dijo después,
con una voz tan profunda que,
a pesar del tiempo que ha pasado
desde aquel día, aún sigue resonando
en mis huesos.

Dicen que nadie es perfecto
(será que simplemente no han tenido la fortuna de conocerla).

No hay comentarios.:

Publicar un comentario