Pasante


Existe un montón de esperanza olvidada en el rincón de tu habitación, hay papeles revueltos por toda tu cabeza y las ondas sonoras en Fa sostenido hacen vibrar tus sueños. Cuando duermes parece no importarte, pero yo no puedo evitar sentirme hostigado por el aroma a durazno en tus labios, la seda en los brazos con que envuelves mis sábanas o la minucia con la que hay que poner a reposar tu cuerpo a treinta y siete grados desde el centímetro cero hasta el ciento cincuenta y nueve.

Y el reloj tic, si te espero.
O el reloj tac, si te extraño.

El reloj no se detiene y lo odio, como odio cuando bailas en la antesala a la medianoche con tus zapatos de nube y no me invitas a mirar con un ojo medio dormido y las sensaciones totalmente despiertas.

De todos modos, te perdono.

Pues cuando vuelas pareces amante de lo inalcanzable, queriente de lo inentendible, pudiente de lo incesable y callante de lo inimaginable, pero por tus venas de azúcar corren mis dedos punzocortantes abriendo brechas entre comillas y no logro comprender si las mañanas comienzan al salir el sol o al abrir tus ojos; y me callan los vecinos por las paredes tan delgadas como tus dedos, y me robas los suspiros por los alientos tan profundos como mis celos.

Y entonces te quiero así, quedito. Y te amo así, en silencio.


Ahora tírame al vacío y
retírame el deseo y
préndeme las luces y
sorpréndeme de noche y
súmeme en tu cuerpo y
presúmeme tus logros y
átame a tu vida y
arrebátame el tesoro y
cúrame las heridas y
procúrame a diario y
éntrame en la mente y
encuéntrame distante;
pues si volví por las calles vacías mirando las lluvias de estrellas y deseando tus besos de nuez, lo hice con la intención absoluta de volver a casa y encontrarte otra vez.

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