Porque me enseñaste que
dos mitades no forman uno,
que las salidas no siempre están
marcadas, que los puentes
no son necesariamente para cruzar,
que no todas las máscaras
ocultan un secreto y
que no todas las horas
miden lo mismo.

Porque contigo no
importaba el destino
sino las escalas y
porque no encontré
nunca mejor lugar
para acampar que a
tu lado.

Porque bajo tus pestañas no
hallaba sombra ni había
paz a lo largo de tu
espalda.

Porque me hablabas de amor
al oído y no al corazón.

Porque en las calles ya no te veo,
porque ya no pones frío al invierno
ni al verano infierno,
porque los romances ya
no son tus favoritos y la
arena ya no marca tus huellas
durante el camino.

Porque entendí que
la lluvia no siempre
viene en los días nublados,
que las balas no están perdidas,
están, más bien, olvidadas y
que no sé más de ti
que lo que tú ignoras de mí.

Porque no noté, entonces, que
en el agua también se flota,
que no sólo las palabras cortan,
que llegar a la cima no es lo mismo
que llegar a lo más alto y
que las mentiras no cuentan
nada que no sean verdades.

Y porque desde que te fuiste
no hacía otra cosa que decir que no
y, desde que volviste, no hago nada más que
desear que no te vayas de nuevo.

Por eso, no; mil veces no.

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